Y de repente, llegó el Apocalipsis. Una situación que no concebíamos. Cierre de fronteras, aislamiento obligatorio, rostros cubiertos y tantas otras ideas que nos llevan a pensar en libros y películas. Hoy, son nuestra realidad.
El 2020 llegó para encerrarnos. Estás acorralado. No hay lugar adonde huir. La pandemia es global. Para el virus, el mundo es uno a pesar de los esfuerzos por blindar los países. Los aviones ya no vuelan pero el virus viaja.
Pero al mismo tiempo, sabemos que no estamos solos. No podemos vernos, pero nos acompañamos, nos leemos, nos hacemos reír, compartimos nuestras angustias. Y solo hay que saber que esto también va a pasar.
El mundo volverá a correr, volverá a producir, volveremos a viajar.
Al menos, muchos de nosotros. Otros tantos no tendrán esa suerte y lo último que van a ver del mundo es el encierro.
Por eso es tan importante quedarse adentro. Porque nunca fue más solidario no moverse. Los que no tienen opción se lo merecen. Los más débiles necesitan un gesto, pequeño, insignificante, pero que el tiempo va a juzgar histórico.
Quedáte en tu casa. No te muevas. No te vayas. No estás solo con tus miedos. Lo único que te piden es que estés quieto y vas a ver que en algún momento, el miedo se va a apagar.
La distancia solo nos está acercando. Es el único camino para volvernos a encontrar.
Porque sabemos que esto también va a pasar, la única incógnita es quiénes van a estar de pie cuando eso suceda.
Por una vez, los valientes son los que acatan las reglas sin cuestionar. Esta vez, al mundo lo puede cambiar la obediencia. Porque, y esto es una promesa, nadie te está mintiendo.
Quedáte en casa porque afuera, todavía, no hay nada para ver.