El director de la Biblioteca de Bagdad ha sido asesinado durante su saqueo e incendio. Un misterioso mapa tiene la culpa. Mientras en Bagdad, nuestros protagonistas está visiblemente excitados. Pero no es nada con la escena desoladora que se van a encontrar: la destrucción de la biblioteca es más profunda de lo que esperaban.

 


El coleccionista

Capítulo 9. Una escena desoladora. 


Michael estaba visiblemente excitado. Tim estaba a su lado, pensativo. Allen, Mayra y John se acercaron cuando terminaron de discutir cómo se dividirían las tareas. Ana seguía allí cerca, intentando llamar la atención de Michael nuevamente.
—¿A qué se debe tanta alegría repentina? —preguntó en voz alta la periodista.
—A nada —contestó Tim antes de que Michael pudiera decir algo.
Ana se acercó a Michael y miró con desdén a Tim. El joven le sostuvo la mirada a la mujer y luego le hizo un gesto a Michael buscando que la alejara de allí.
—Parece que se han recuperado varios de libros robados de la Biblioteca Nacional —dijo Michael mientras la miraba a los ojos.
—Me alegro mucho. —Ana sonrió intentando captar la atención del inglés—. Voy a mi cuarto. Tengo que enviar un artículo a Argentina esta noche. Después me gustaría entrevistarte, es un enfoque interesante el tuyo: la destrucción cultural de la guerra… me gusta. —Después de todo, la idea de Echelar no había sido tan mala, a pesar de que le molestase reconocerlo—. El daño colateral del que nadie habla.
—Encantado de poder ayudarte —sonrió. Parecía ser la única persona alegre en ese instante en aquel lugar.
—Debemos irnos —interrumpió Mayra, que estaba al lado de la pareja escuchando, atenta, la conversación.
Michael saludó a la joven periodista y la mujer se alejó del grupo. Cuando él giró para unirse a la conversación de sus compañeros, notó que todos se estaban riendo divertidos.
—¿Les resulta gracioso que me entrevisten? —les preguntó. Luego hizo un gesto con la cabeza señalando la salida—. No quiero llegar tarde.
Tim caminaba detrás de sus compañeros. Apenas salieron del hotel Palestine, observó hacia todos lados intentando ubicar al marine. John le gritó que se apurara y Tim tuvo que acelerar el paso. Caminaron media cuadra y se subieron a una camioneta vieja manejada por un hombre de aspecto árabe.
El ejército de Estados Unidos les había asignado un chofer-traductor mientras durarse su estadía allí. Después de la bomba del día anterior, no tenían otra opción que aceptar. El hombre tenía alrededor de cuarenta años. Sus pómulos eran angulosos y su rostro algo cuadrado. Tenía un callo en la frente producto de rezar cinco veces al día. Los labios tenían un tono grisáceo y parecían integrarse con asombrosa perfección al tono amarronado de su rostro. Se llamaba Anwar y había nacido en Assab, Egipto. Hacía unos años que viajaba por Medio Oriente trabajando como traductor. Estaba en Irak muy a su pesar, pero un contrato lo unía con una empresa que trabajaba en la reconstrucción del país y no lo dejaría ir hasta que este finalizara. Anwar no veía con buenos ojos el trabajo de las tropas anglo-americanas en ese país y se lo había hecho saber a sus superiores. Desde ese momento, el hombre pasaba sus días manejando un vehículo que llevaba y traía jóvenes soldados de una base a otra. El trabajo buscaba desmoralizarlo y lo estaba logrando. Lo único que había escuchado durante los últimos meses eran chistes de niños soldados que recién llegaban al país con la intención de vencer a las tropas de la resistencia. Días más tarde, esos marines chistosos estaban llorando la muerte de algún compañero y, de una vez y para siempre, la guerra les había borrado la juventud del rostro.

«La destrucción era más profunda de lo que había supuesto. Aún había libros desparramados por el suelo y el caos progresaba a medida que se adentraban en el lugar. El fuego había arrasado los anaqueles por completo».

Anwar los llevó hasta la calle lateral de la Biblioteca y allí los dejó. Durante el viaje no pronunció palabra pero los saludó en inglés cuando se bajaron del automóvil.
Antes de entrar, Tim examinó a los soldados que hacían guardia allí. No vio a su contacto.
—¿Dónde está? —se preguntó en voz alta sin darse cuenta.
—¿Dónde está quién? —preguntó Mayra.
—Eh —titubeó Tim—, Michael.
—Dos pasos delante de ti —Mayra sonrió.
Apenas quitaron los grandes candados que protegían la puerta principal de la Biblioteca, Michael se detuvo. Estaba azorado. La destrucción era más profunda de lo que había supuesto viendo el edificio desde afuera. Aún había libros desparramados por el suelo y el caos progresaba a medida que se adentraban en el lugar. El fuego había arrasado los anaqueles por completo. El calor había sido tan intenso que los pisos de mármol y las escaleras de concreto mostraban importantes daños. El murmullo del grupo hacía eco en las paredes desnudas color carbón. Michael se hizo paso entre los libros cuarteados que yacían en el piso.
El equipo que se encargaría de la reconstrucción llegaría tres días más tarde. Ellos tendrían la ardua tarea de recuperar tanto la Biblioteca como el Archivo Nacional de Irak, que también había sido saqueado. Para ese entonces, el equipo de la UNESCO debía tener redactado su informe para presentarlo ante el mundo occidental. La única manera de lograr barrer las cenizas de ese hueco cultural que se había apoderado de Medio Oriente era con el dinero que también lo había provocado. Sin la ayuda de Occidente, la Biblioteca sería solo un gran recuerdo del esplendor árabe.

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El coleccionista (Novela)


Cuando una muchedumbre enardecida saquea la Biblioteca Nacional de Irak en 2003, Ibrahim, el director, intenta salvaguardar su mayor secreto, un mapa que lleva a la tumba de Alejandro Magno.

 

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