Mientras el mundo continúa con los ojos puestos en el mundial de fútbol de Catar, Afganistán decide prohibir la educación universitaria para las mujeres.
Muchos dicen que las mujeres en Afganistán son invisibles. La realidad es mucho peor que eso. Desde que los talibanes retomaron el poder en agosto de 2021, no hayndejado de someter a las mujeres y niñas a privaciones que serían escandalosas en cualquier lugar del mundo.
La medida tomada el 20 de diciembre de 2022 solo afirma lo que los Talibanes ya ni siquiera se molestan en negar: las mujeres son esclavas.
Primero, fueron obligadas a dejar cargos políticos, luego se les prohibió trabajar fuera de casa, más tarde fueron los gimnasios y los parques. En marzo de este año, las mujeres ya no podían acceder tampoco a la educación secundaria.
Desde ayer, el gobierno les pidió a las universidades que frenaran la admisión de las mujeres. En un país donde más del 95 % de la población no consume suficiente alimento, la prohibición a la educación es otra condena a muerte.
La organización Too Young to wed, que trabaja para evitar el casamiento de niñas en varios países, ha advertido que la crisis que vive el país afectará, más que a nadie, a mujeres y niñas en situación vulnerable.
Sin posibilidad de tener acceso a la educación, mucho menos derecho a la protesta y obligadas a vestir una prenda que las cubre de los pies a la cabeza, anulando sus individualidades, ¿qué pueden esperar las mujeres afganas del futuro?
El ensañamiento de los Talibanes con ellas parece no tener límite. Ni siquiera pueden salir de casa para llevar a sus hijos a la plaza, o viajar distancias “largas” sin el acompañamiento de un hombre-tutor. A las mujeres solo les aguarda mirar por la ventana de sus casas como el país es destruido por un grupo que, en nombre de dios, llevará a su país a la ruina.
Las afganas saben que el Islam no les prohíbe salir, no las condena al ostracismo ni al analfabetismo. El Islam en el que ellas creen no es el que los Talibanes imponen, aunque eso importe poco. Mientras estén en el poder, las mujeres seguirán siendo el objeto de su ira y de su odio.
Ojalá no las vieran, ojalá fueran invisibles. Pero las ven y quieren aplastarlas.
Y mientras occidente transita una etapa completamente distinta en cuanto a derechos de mujeres y diversidades, en Afganistán han retrocedido hasta el más absoluto oscurantismo.
El reclamo del mundo tiene que hacerse oír. No es posible que las mujeres tengan que renunciar a la libertad, a la educación y a la dignidad. Que niñas de diez años deban casarse para darle de comer a sus familias. No debería ser posible y, sin embargo, ocurre.
Que occidente no se calle, que no se duerma, que no mire para otro lado ante un nuevo acto barbárico del gobierno Talibán.