En la entrega anterior de El último aullido del lobo, Julia indaga sobre los misteriosos y peligrosos integrantes de la Operación Gladio. Pero su amigo Adam considera que ese ejército invisible «es un invento», otra teoría más de la conspiración sobre la que no existen pruebas.
Sin embargo, poco antes de que comience la conferencia del Premio Nobel Osmar Kayar, aparece en el aula de Julia una inquietante pintada: «Hrant Dink», el nombre del periodista armenio asesinado a tiros en Turquía.
El último aullido del lobo
Capítulo 8. SEGUNDA ENTREGA.
—Al menos hasta que alguien me demuestre lo contrario. —Hizo una pausa y se pasó la mano por el cabello —. Ahora dime, ¿por qué tanto interés en Operación Gladio? Ya pasó, ahora no crucificamos más comunistas, ahora son los musulmanes. —Rio como si hubiera contado la broma del año. Al ver que ella no reía, repuso la compostura—. El caso más emblemático fue en Italia, pero dicen, y de esto tú deberías saber más que yo, que en Turquía tuvo consecuencias a largo plazo. Consecuencias que persisten hasta hoy. Al menos eso dicen —explicó y remarcó la última palabra.
—La Contraguerrilla, la rama turca de Operación Gladio.
Él asintió con la cabeza.
—Sí, esos locos de atar, los Kemalistas, los Lobos Grises, Ergenekon…
Ella lo miró y se detuvo de golpe.
—¿No crees que haya existido Gladio pero sí crees que exista Ergenekon? —preguntó ella y arqueó las cejas.
—No sé si es verdad, pero en Turquía han estado deteniendo gente, gente muy poderosa, presuntamente ligada a Ergenekon. Lo que no creo es que eso tenga algo que ver con Operación Gladio. Creo que esa gente forma un grupo armado que busca dar un golpe de estado, nada más.
—Sí, son una red golpista, buscan derrocar al gobierno turco que creen pro islamista… ¿Pero y el Estado Profundo?
—No lo sé. Solo puedo decirte lo que dicen los periódicos, realmente no estoy muy al tanto de lo que sucede en Turquía. Pensé que tú sabrías más que yo.
Ella se quedó pensativa por un instante.
—Claro —exclamó—. Ergenekon es como una continuación de la Contraguerrilla. Es una red armada clandestina, ahora no buscan detener comunistas sino tomar el poder… impedir que haya otro gobierno islamista. Esa es la relación —dijo como si de pronto comprendiera algo—. Y la gente, los poderosos que constituyen lo que se llama Estado Profundo son parte de esta organización —dijo y sonrió como si por fin hubiese descubierto algo nuevo.
—Lindo argumento para una película de espías —dijo y resopló—. Pero si hay algo que aprendí es que cuando dicen que hay demasiada gente involucrada en una conspiración, finalmente todo es mentira. Uno puede conspirar, dos también. Lo que es imposible es que estén todos implicados. Tanta gente no puede mantener un secreto a salvo. Eso es seguro. ¿Recuerdas todas las teorías con respecto a la muerte de Kennedy? Que fueron los cubanos, que fueron los anticastristas, que fueron los servicios secretos, los fabricantes de armas… Alguno de esos debe haber sido. —Negó con la cabeza—. Pero todos juntos, no.
Julia asintió con un gesto y tragó saliva. Él tenía razón. Tanta gente no podía mantener semejante secreto a salvo. Lo que no supo es si eso debía tranquilizarla o ponerla más nerviosa aún.
—¿Todas estas preguntas son por la charla de hoy? Porque si mal no recuerdo te contrataron para escribir un libro sobre las minorías en Medio Oriente y desde ya te digo que deberías tener mejores fuentes que yo —dijo y rio.
Ella señaló su reloj pulsera e hizo un gesto para que siguieran caminando.
—¿De qué charla…? Ah, lo había olvidado. Osmar Kayar. —Julia se mordió el labio inferior y apuró el paso. Adam arqueó las cejas y siguió caminando pero Julia ya iba más de un metro delante de él. Se apresuró para quedar a su altura.
—¿Te habías olvidado que hoy hablaba Kayar? No creo. ¿Qué te sucede? —Negó con la cabeza y señaló a su alrededor—. ¿Hace cuánto que no ves tantos periodistas aquí?
—Estoy distraída. ¿A qué hora es?
—Apenas termina tu clase, te aparto un lugar.
Julia movió la cabeza y apuró el paso nuevamente. Caminó con la mirada fija en el piso hasta que estuvo frente a su aula.
Los alumnos estaban moviéndose en sus butacas. Algunos de ellos se habían retirado pensando que la profesora no vendría, ya que nunca llegaba tarde. Julia entró a la sala caminando con rapidez y su típica sonrisa había dejado paso a un gesto preocupado. Varios de los estudiantes se miraron entre sí.
—Perdón por la demora —dijo la mujer mientras dejaba unos libros sobre el escritorio y se dirigía al centro del aula para comenzar la clase. La pizarra que colgaba a sus espaldas estaba dividida en cuatro partes que bajaban y subían según la parte que se estuviera usando. En aquel momento, la parte de arriba y la de abajo estaban superpuestas, como si quien la hubiese usado antes no hubiese terminado de bajarla para escribir. La mujer tomó la manija y con fuerza hizo descender una parte de la pizarra. Entonces, pudo verse en enormes letras rojas un nombre escrito: HRANT DINK. En el auditorio se escuchó un murmullo. Julia giró la cabeza y preguntó quién había escrito el mensaje. Nadie respondió.
—Imagino que no será para mí… —dijo ella y sin esperar respuesta frotó el borrador contra las letras rojas. Pero las grandes letras resistían el embate de Julia y permanecieron intactas hasta que la mujer se dio por vencida.
—Bien, alguien arruinó el pizarrón, perfecto —la profesora se dio vuelta y miró hacia el auditorio. Reconoció gestos de preocupación entre los alumnos. Se frotó los ojos y siguió con la clase como si no hubiese sucedido nada fuera de lo común.
Optó por dar la clase y comenzó a hablar para quitar de su mente la imagen de aquel periodista tirado en el suelo, cubierto con una sábana blanca, esa imagen que había recorrido el mundo sin cesar durante varios días.
Julia no pudo evitar sentirse nerviosa cuando leyó aquel nombre sobre el pizarrón. Enseguida le vino a la mente el recuerdo de las noticias del día que asesinaron a Hrant Dink, un periodista turco-armenio. Fueron días de caos en Turquía. Recordaba perfectamente que había rumores que sindicaban a Ergenekon como posible autor del hecho, aunque por ese entonces había rumores que señalaban a demasiada gente. Ese fue uno de los problemas.
Julia notó que las manos le sudaban, por un momento pensó en que lo mejor sería interrumpir la clase. Esa frase no podía significar nada bueno. Pero, ¿qué iba a decir? ¿Alguien escribió el nombre de un periodista asesinado en Ankara en 2004? Sonaría ridículo. Optó por dar la clase y comenzó a hablar para quitar de su mente la imagen de aquel periodista tirado en el suelo, cubierto con una sábana blanca, esa imagen que había recorrido el mundo sin cesar durante varios días.
La clase transcurrió con cierta normalidad, aunque la mayoría de los jóvenes notó que Julia observaba el auditorio como si estuviera buscando a alguien. No había pasado desapercibido para la mujer que Ali no estaba en el lugar.
—Eso fue todo por hoy. Sigamos con la lectura para la próxima y seguramente veré a algunos de ustedes en la charla de Osmar Kayar.
Julia notó que ese día ninguno de los alumnos se acercó a comentarle la clase. No tuvo que preguntarse por qué cuando vio a Adam asomado a la ventana haciéndole un gesto para que se diera prisa.
El hombre no tenía el típico aspecto de profesor universitario. Sus ojos eran extremadamente claros y su barba crecida de unos días lo hacía más similar a un atleta que a un experto en Relaciones Internacionales. Su cátedra siempre tenía más mujeres que hombres y él solía reírse con ganas cada vez que algún colega se lo hacía notar. Julia lo había conocido diez años atrás cuando ambos estaban estudiando en Egipto. Se habían hecho muy amigos y hasta habían intentado, sin éxito, que la relación pasara a otro nivel. Ella se sentía culpable de ese fracaso y siempre agradeció que él no la culpara por la ruptura. Después de todo, su amistad había salido fortalecida de aquel romance. Ella sentía que su presencia le inspiraba seguridad y cuando lo vio allí, de pie en la puerta con la luz dándole directamente en los ojos, pensó que quizás debería haber hecho un esfuerzo para lograr que la pareja resultara.
Adam la observaba y esperaba que ella reaccionara a su gesto, pero no se movía. Entonces la llamó por su nombre y nuevamente le hizo un gesto con la mano.
—¿Qué pasa? La charla es hoy… Vamos… —De repente dejó de hablar—. ¿Qué es eso? —preguntó y señaló la pizarra con la cabeza.
Julia estaba caminando hacia la puerta.
—Ni idea —respondió.
—¿Quién lo escribió?
—No lo sé. Llegaremos tarde —dijo mientras lo tomaba del brazo y salían del lugar.
El Último Aullido del Lobo (Novela)
Un Premio Nobel de la Paz es asesinado durante una conferencia por un integrante de Los Lobos Grises, organización ultranacionalista turca. El asesino deja un misterioso paquete con un manual de operaciones de la CIA.
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